jueves, 22 de septiembre de 2011

La función social del arte.

Toda obra de arte es una producción humana. Los conceptos de arte y de artista han variado enormemente en las distintas épocas de la historia. El artista como lo entendemos hoy no ha existido siempre. No sabemos el lugar que ocupaba en su grupo el “artista prehistórico” se ha dicho que su arte constituía una magia propiciatoria de la caza, por lo que su valoración sería la de una especie de mago o sacerdote. En Egipto los artistas eran servidores cualificados del rey o de los templos, su situación iría desde la esclavitud hasta casos excepcionales como el de Imhotep, que fue arquitecto, médico, mago, y visir del faraón Zóser. En el mundo griego el ennoblecimiento del arte trae consigo el ascenso de nivel de los artistas que son ensalzados por poetas y filósofos. Los romanos heredaron el entusiasmo griego por el arte pero no su gran aprecio de la figura del artista que fue visto con los prejuicios propios de una sociedad esclavista hacia quien trabaja con las manos. En la Edad Media hay una organización gremial, el artista es anónimo como cualquier otro artesano. Interesa más el producto, el resultado, que la personalidad de quien la realiza. Los oficios mecánicos estaban englobados dentro del grupo de las “artes mecánicas”, contra las cuales había ciertos prejuicios en el pensamiento eclesiástico y eran consideradas de inferior categoría que las “artes liberales”, a pesar de que Honorio de Autun acabase incluyendo la mecánica como novena arte y rehabilitando sus actividades entre las que estaban la pintura, escultura, etc. En cierto modo, el desprecio por el trabajo manual, en el que se incluía también el artístico, derivaba de ver el trabajo como un castigo impuesto por Dios a los hombres después de la caída de Adán y Eva, idea que acabó constituyendo la vía de su rehabilitación en el pensamiento eclesiástico, ya que, en cierto modo, implicaba un carácter penitencial. Pero, además, hay que tener en cuenta que en los inicios del gótico el auge de los nuevos oficios urbanos y el potencial económico y social que se derivaría de ello supuso una fuerza que nada pudo frenar. Poco a poco, los oficios fueron cambiando su sentido negativo hacia una valoración positiva. Hay una nueva valoración del hombre como colaborador en la creación de Dios y la naturaleza, imagen reflejada en el pensamiento de Guillermo de Conches, quien identifica al hombre como artesano que imita a la naturaleza. Esto supuso la rehabilitación del trabajo. Así los obreros se integraron en la nueva ciudad humana que era imagen de la ciudad divina. Este cambio de mentalidad de la iglesia frente a la valoración del trabajo manual también afectó a los oficios artísticos, pero no supuso un cambio en el status social del artesano, que todavía durante los siglos del gótico tanto social como económicamente continuó perteneciendo a las capas más bajas de la sociedad. Por supuesto esto no excluye casos excepcionales de artesanos admirados por ciertos estamentos sociales, pero ello fue la excepción y no la norma, aun cuando ya desde la época románica el artesano mostró en ocasiones su satisfacción profesional ante el trabajo propio, satisfacción plasmada mediante firmas e inscripciones autolaudatorias.
Fueron mucho más valorados los arquitectos que el resto de artistas, es decir, escultores, pintores, orfebres, cristaleros, etc.; pero ello dependió en parte de su calidad de director y en cierto modo gestor de las grandes empresas constructivas de la época y también, en parte, de la formación intelectual requerida, siendo un aspecto destacado de ella su estudio de la geometría. Los maestros que proyectaron las grandes catedrales, fueron conscientes en seguida de su preparación científica y explotaron su talento en beneficio personal: viajaron por toda Europa, se organizaron en logias de masonería, alardearon de su independencia ante los clientes, reclamaron un sueldo elevado y no dudaron en ir a la huelga en demanda de reivindicaciones. El predicador dominico Nicolás de Biard les comparó con los grandes prelados ociosos por recibir elevadas remuneraciones sin ensuciarse las manos y en un sermón de 1261 deplora el método de trabajo que utilizaban: “En estas grandes construcciones, de ordinario hay un maestro principal que dirige con la palabra y casi nunca trabaja con las manos. Los maestros de los albañiles, con la regla y el compás en la mano, dicen a los demás; “Talla aquí”, No trabajan, pero perciben los salarios más altos”. Cuando fallecen, se entierran en las catedrales y los epitafios ensalzan el prestigio profesional de que gozaron en vida. La lápida funeraria de Pierre de Montreuil, autor del transepto de Notre- Dame de París, proclama que fue un “doctor en cantería”, y la de Petrus Petri, maestro de obras de la catedral de Toledo, recuerda que, al haber hecho “este edificio de manera tan admirable, puede tener confianza al presentarse delante de Dios”
En el Renacimiento surge el tipo de artista moderno: un ser al que el resto de la sociedad considera genial, especial, por encima de la masa. Aparecen los valores de lo individual y la originalidad, la tarea del artista ya no es repetir con “buen oficio” lo mismo que otros hicieron, sino innovar, plasmar su visión personal. A partir del SXVIII el pensamiento de la ilustración hace que aparezca el concepto de lo público, así surge la moderna idea del museo: las grandes “colecciones reales” ya no son propiedad privada del rey sino de la nación. Todos tienen derecho a contemplarlas y a mejorar gracias a ello su educación como ciudadanos. En los últimos 150 años aparece la figura del artista contemporáneo. En el SXIX el Romanticismo plasmó la figura típica del artista “maldito” incomprendido por el resto de la sociedad y por los artistas más tradicionales, pero que  seguro de su superioridad intelectual, sigue su propio camino, es el artista bohemio. En las Vanguardias históricas del SXX el artista se siente el verdadero intérprete del espíritu de la época moderna y lucha contra el arte más académico. Pasado este momento la capacidad de ruptura se agota. El sistema capitalista hace del arte una mercancía canalizada por una red de instituciones y grupos de interés. El arte actual se caracteriza por una variedad de propuestas nunca vista, pero el contacto entre el público y el arte contemporáneo se ha perdido. Los grandes clientes del arte que tradicionalmente han sido la monarquía, la nobleza y los poderes religiosos, lo usaban como un medio de propaganda por lo que el arte debía ser sencillo y cercano o bien grandioso y apabullante para cumplir bien su función. Desde la extensión de los medios de comunicación de masas, el arte se ha visto desprovisto de estos encargos concretos y ha tenido que buscar en sí mismo su razón de ser, quizás sea por ello que el artista actual sea muchas veces un solitario, cada vez más alejado de los que desearía que le comprendiesen y admirasen.