Toda
obra de arte es una producción humana. Los conceptos de arte y de artista han
variado enormemente en las distintas épocas de la historia. El artista como lo
entendemos hoy no ha existido siempre. No sabemos el lugar que ocupaba en su
grupo el “artista prehistórico” se ha dicho que su arte constituía una magia
propiciatoria de la caza, por lo que su valoración sería la de una especie de
mago o sacerdote. En Egipto los artistas eran servidores cualificados del rey o
de los templos, su situación iría desde la esclavitud hasta casos excepcionales
como el de Imhotep, que fue arquitecto, médico, mago, y visir del faraón Zóser.
En el mundo griego el ennoblecimiento del arte trae consigo el ascenso de nivel
de los artistas que son ensalzados por poetas y filósofos. Los romanos
heredaron el entusiasmo griego por el arte pero no su gran aprecio de la figura
del artista que fue visto con los prejuicios propios de una sociedad esclavista
hacia quien trabaja con las manos. En la Edad Media hay una organización
gremial, el artista es anónimo como cualquier otro artesano. Interesa más el
producto, el resultado, que la personalidad de quien la realiza. Los oficios
mecánicos estaban englobados dentro del grupo de las “artes mecánicas”, contra
las cuales había ciertos prejuicios en el pensamiento eclesiástico y eran
consideradas de inferior categoría que las “artes liberales”, a pesar de que
Honorio de Autun acabase incluyendo la mecánica como novena arte y rehabilitando
sus actividades entre las que estaban la pintura, escultura, etc. En cierto
modo, el desprecio por el trabajo manual, en el que se incluía también el
artístico, derivaba de ver el trabajo como un castigo impuesto por Dios a los
hombres después de la caída de Adán y Eva, idea que acabó constituyendo la vía
de su rehabilitación en el pensamiento eclesiástico, ya que, en cierto modo,
implicaba un carácter penitencial. Pero, además, hay que tener en cuenta que en
los inicios del gótico el auge de los nuevos oficios urbanos y el potencial
económico y social que se derivaría de ello supuso una fuerza que nada pudo
frenar. Poco a poco, los oficios fueron cambiando su sentido negativo hacia una
valoración positiva. Hay una nueva valoración del hombre como colaborador en la
creación de Dios y la naturaleza, imagen reflejada en el pensamiento de
Guillermo de Conches, quien identifica al hombre como artesano que imita a la
naturaleza. Esto supuso la rehabilitación del trabajo. Así los obreros se
integraron en la nueva ciudad humana que era imagen de la ciudad divina. Este
cambio de mentalidad de la iglesia frente a la valoración del trabajo manual
también afectó a los oficios artísticos, pero no supuso un cambio en el status
social del artesano, que todavía durante los siglos del gótico tanto social
como económicamente continuó perteneciendo a las capas más bajas de la
sociedad. Por supuesto esto no excluye casos excepcionales de artesanos
admirados por ciertos estamentos sociales, pero ello fue la excepción y no la
norma, aun cuando ya desde la época románica el artesano mostró en ocasiones su
satisfacción profesional ante el trabajo propio, satisfacción plasmada mediante
firmas e inscripciones autolaudatorias.
Fueron
mucho más valorados los arquitectos que el resto de artistas, es decir,
escultores, pintores, orfebres, cristaleros, etc.; pero ello dependió en parte
de su calidad de director y en cierto modo gestor de las grandes empresas
constructivas de la época y también, en parte, de la formación intelectual
requerida, siendo un aspecto destacado de ella su estudio de la geometría. Los
maestros que proyectaron las grandes catedrales, fueron conscientes en seguida
de su preparación científica y explotaron su talento en beneficio personal:
viajaron por toda Europa, se organizaron en logias de masonería, alardearon de
su independencia ante los clientes, reclamaron un sueldo elevado y no dudaron
en ir a la huelga en demanda de reivindicaciones. El predicador dominico
Nicolás de Biard les comparó con los grandes prelados ociosos por recibir
elevadas remuneraciones sin ensuciarse las manos y en un sermón de 1261 deplora
el método de trabajo que utilizaban: “En
estas grandes construcciones, de ordinario hay un maestro principal que dirige
con la palabra y casi nunca trabaja con
las manos. Los maestros de los albañiles, con la regla y el compás en la mano,
dicen a los demás; “Talla aquí”, No trabajan, pero perciben los salarios más
altos”. Cuando fallecen, se entierran en las catedrales y los epitafios
ensalzan el prestigio profesional de que gozaron en vida. La lápida funeraria
de Pierre de Montreuil, autor del transepto de Notre- Dame de París, proclama
que fue un “doctor en cantería”, y la
de Petrus Petri, maestro de obras de la catedral de Toledo, recuerda que, al
haber hecho “este edificio de manera tan
admirable, puede tener confianza al presentarse delante de Dios”
En el
Renacimiento surge el tipo de artista moderno: un ser al que el resto de la
sociedad considera genial, especial, por encima de la masa. Aparecen los
valores de lo individual y la originalidad, la tarea del artista ya no es
repetir con “buen oficio” lo mismo que otros hicieron, sino innovar, plasmar su
visión personal. A partir del SXVIII el pensamiento de la ilustración hace que
aparezca el concepto de lo público, así surge la moderna idea del museo: las
grandes “colecciones reales” ya no son propiedad privada del rey sino de la
nación. Todos tienen derecho a contemplarlas y a mejorar gracias a ello su
educación como ciudadanos. En los últimos 150 años aparece la figura del
artista contemporáneo. En el SXIX el Romanticismo plasmó la figura típica del
artista “maldito” incomprendido por el resto de la sociedad y por los artistas
más tradicionales, pero que seguro de su
superioridad intelectual, sigue su propio camino, es el artista bohemio. En las
Vanguardias históricas del SXX el artista se siente el verdadero intérprete del
espíritu de la época moderna y lucha contra el arte más académico. Pasado este
momento la capacidad de ruptura se agota. El sistema capitalista hace del arte
una mercancía canalizada por una red de instituciones y grupos de interés. El
arte actual se caracteriza por una variedad de propuestas nunca vista, pero el
contacto entre el público y el arte contemporáneo se ha perdido. Los grandes
clientes del arte que tradicionalmente han sido la monarquía, la nobleza y los
poderes religiosos, lo usaban como un medio de propaganda por lo que el arte
debía ser sencillo y cercano o bien grandioso y apabullante para cumplir bien
su función. Desde la extensión de los medios de comunicación de masas, el arte
se ha visto desprovisto de estos encargos concretos y ha tenido que buscar en
sí mismo su razón de ser, quizás sea por ello que el artista actual sea muchas
veces un solitario, cada vez más alejado de los que desearía que le
comprendiesen y admirasen.
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